Primero mencionar que La violación de una actriz de teatro, de la dramaturga Carla Zuñida y dirigida por Javier Casanga, no reproduce en escena el acto de violencia que se anticipa en el título. Sí el tema es denso, sí hay un tratamiento serio del abuso y actuaciones sólidas que no dejan a nadie indiferente, pero no se hace en escena una representación ni algo cercano al momento en que ultrajan a la actriz aludida. También hay una escena con un cuchillo y nunca vemos el cuchillo, pero como la obra no trata sobre la violencia sino sobre sus consecuencias, vemos en el escenario de Centro GAM un departamento, una actriz y una productora, la función zoom está a punto de comenzar y por más que llaman al teléfono para confirmar que el show empezará a la hora pactada la estrella no quiere brillar.
“-Quise creer que era un sueño, me negaba a aceptar que me viste y te fuiste sin hacer nada”
Coca Miranda da vida a la actriz, una mujer madura que viste un traje impactante en su elegancia y bestialidad, una muy acertada elección de vestuario de parte de Elizabeth Pérez, que viene a reflejar los matices que mostrará el papel interpretado por Miranda. La dignidad, el dominio del escenario, las heridas abiertas que se dejan ver a través de los gestos, todo dialoga de forma increíble con el abrigo que viste Miranda mientras se niega a ser parte de una obra de teatro zoom. La peste anda suelta en las calles, los teatros están cerrados, las transmisiones en vivo se vuelven el refugio laboral para muchos y poco a poco el teatro -escenario, público, edificio- comienza a romperse como unidad cuando la casa es un teatro, cuando los temas que se tratan en las tablas se quedan en el hogar. La pandemia del Covid19 fue un momento muy duro para todos los involucrados en el arte del teatro, y en La violación de una actriz de teatro el confinamiento es un momento de partida para generar este meta relato donde vemos teatro reflexionando sobre teatro, sobre el quehacer artístico en un medio donde el abuso sexual se esconde en el rincón oscuro de algún camarín. Esta obra intenta ir contra la costumbre de deshumanizar a los artistas sobre el escenario para darle sustancia a las personas que entregan sus cuerpos a los personajes. Es una invitación a mirar como personas reales a quienes suspenden su vida privada para mostrarnos la vida de personajes ficticios.
En el apartado de escenografía, una pasarela cruza el escenario y se prolonga hacia el público, una línea recta sobre la que las actrices se posicionan en los extremos para destacar la distancia que las separa, la productora, Carla Gaete, casi al fondo del escenario, lejos de los focos, la actriz en primer plano, cercana y visible, casi penetrando el espacio de la invisible cuarta pared para entrar en el espacio aéreo de la audiencia. La indumentaria es tan concisa que permite concentrarse en escuchar a alguien que se cuestiona el arte al que le ha dedicado su vida y el entorno de silencio que se ha creado para mantener a algunos hombres en sus posiciones de poder. También en el escenario hay dos mujeres adultas derrotadas por el patriarcado, esta no es una obra hecha para levantar el espíritu de las feministas adolescentes, son mujeres que han visto luchar y caer a sus compañeras de generación y saben que si se eligen una a la otra se van a quedar solas, sin nada, ni siquiera teatro. Esta es una obra para las que eligieron la dignidad.
1 al 16 Jun. | Ju a Do — 19.30 h.
Director: Javier Casanga | Dramaturga: Carla Zuñiga | Elenco: Coca Miranda, Carla Gaete | Asistente de Dirección: Simón Román | Diseño de Vestuario: Elizabeth Pérez | Diseño Integral: Sebastián Escalona | Diseño Iluminación: José Miguel Carrera | Música: Alejandro Miranda | Difusión: Manuel Pacheco | Producción y Difusión: Minga Producción Escénica | Coproducción: Matucana100.

