«Más allá de lo concreto» es la nueva exposición individual del artista visual Luis Sergio, donde presenta una selección de 17 fotografías análogas a color, formato medio 6×7. Museo de Arte Contemporáneo MAC; sede Parque Forestal; Sala 2; martes a sábado de 11.00 AM a 17.30 PM.
Texto: Guillermo Adrianzen Barbagelata
La contemplación de escombros conduce a una reflexión metafísica, un ejercicio meditativo y carente de verdades absolutas. En lo opuesto a un cuerpo uniforme, convertido en un todo que ya se diferencia de la materia prima, trozos de cemento se amontonan entre fierros torcidos y formas irregulares transformadas en lo que queda en pie. Qué hubo ahí; lo sabemos porque las imágenes nos sitúan en el después, y en cada encuadre, nos recuerda cuán atrasados llegamos a mirar.
El trance de un cuerpo erguido hasta desvanecerse en la tierra es un tópico significativo para Luis Sergio, quien en medio de la ciudad, confirma que el paso entre vida y muerte puede hallarse en un plano abstracto, biológico o artesanal, porque se trata de formas que no pueden escapar del flujo natural de la existencia. Como lo enseña el negativo de una de las imágenes más valiosas de la exposición, la dualidad del ejercicio contemplativo invita a concentrarse también en los pisos, muros y superficies que ya no están, porque éstos dibujan vacíos que son también una forma de recordarnos la más desdichada de las verdades: siempre llegamos tarde a la muerte.
En “Más allá de lo concreto” el artista visual Luis Sergio propone una perspectiva tridimensional que invita, a partir de las ruinas de casas y edificios residenciales, a pensar en lo que fue y lo que pudo ser. Un lote de imágenes capturadas con la técnica de fotografía análoga y mediante la cual se desnuda un trance que caracteriza a las sociedades modernas, incapaces de reaccionar ante las subdivisiones y delimitaciones que impone la ley de la selva urbana.
”La intimidad es el acercamiento que tuve para mostrar esa otra cara; es darnos cuenta de que para iniciar cada nueva construcción necesariamente debes acabar con algo antes”.
Luis Sergio acierta al encontrar una mirada en detalle de las mismas entrañas de las construcciones que sostuvieron, y a la vez, fueron testigos de la vida de personas, empujadas a la migración urbana bajo el frenesí de las grandes capitales modernas.
Una mirada que incomoda, como una herida expuesta en el cuerpo humano, evidenciando la fragilidad del organismo sin una piel que lo proteja. Si sabemos dónde mirar, podemos distinguir que aquellas construcciones a medio demoler sostienen un modo involuntario de resistirse a desaparecer.
“Venas, células, algo microscópico, algo biológico y algo vivo. Se trata de una transformación, donde lo sólido se convierte en orgánico y de lo rígido aparece lo blando y lo flexible, y con ello una sorpresiva fluidez que tiene lo aparentemente inerte”.
La exposición trasciende de lo puramente visual y envuelve al visitante con el ruido incesante de los aparatos y máquinas que aceleran el proceso destructivo al que los edificios fueron destinados. Lo escuchamos al entrar a la sala, lo identificamos y queremos taparnos los oídos casi de forma natural. Así, el martilleo que pulveriza el concreto se convierte en un ruido molesto que recuerda que no es posible un punto cero mientras la construcción no ha sido demolida por completo. No hay calma, no hay paz y no hay quietud bajo la acción de los latidos metálicos del martillo hidráulico.
El nivel de detalle en cada imagen invita a pasar de la filosofía a la arqueología para conjeturar con la imagen íntima que cada persona construye sobre la memoria, ahora anónima, de vigas y ventanas estériles entre montones de escombros. El ruido infatigable de las máquinas es parte del bullicio escandaloso característico de los centros urbanos. La ruina incomoda, pero también seduce porque es ajena. Es posible advertir un contraste fértil en la propuesta del autor al evidenciar que, en el mismo plano polvoriento que un martillo demuele una casa, asoman edificios que parecen contemplar estoicos la agonía de los que todavía son sus vecinos.
El martillo hidráulico se camufla con habilidad con el paisaje. Nos acostumbramos a normalizar la destrucción con diligencia.