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¡Primero estar bien! [Relatos en cuarentena]

Yo trabajaba y estudiaba en Santiago, vivía en Providencia, pero nunca le dije “Provi”, me enorgullezco de eso. Usaba la micro y el metro, llegaba a la sala de redacción y ahí me quedaba hasta la medianoche, a veces hasta más tarde. En una época, mis compañeros empezaron a sufrir crisis nerviosas y estrés, fue cuando decidí renunciar y cambiarme de ciudad. Ahora escribo en la mañana y tomo sol, también miro los cerros y me fijo en cómo los árboles van perdiendo sus hojas, o bien cambian de color. Materialmente tengo menos, pero poseo más tiempo para escribir. La gente debería hacer lo que le hace bien, de lo contrario, esto puede terminar mal. La OMS advirtió sobre el aumento de los trastornos sicológicos luego de la pandemia, también anticipó que la cantidad de suicidios podría aumentar considerablemente. Con mayor razón ahora tenemos que hacer lo que nos hace bien, después va a ser demasiado tarde. 

Este año empecé a escribir relatos autobiográficos, antes hice un libro de cuentos, pero se me acabaron las ideas, así que me puse a escribir sobre lo que había vivido. Ésa fue la razón: mi cerebro se secó después del cuento número quince, ése fue mi límite. Me resulta cómoda la autoficción, también lo paso mejor. La gente debería hacer lo que le hace bien, pero es injusto ir por la calle diciéndole al otro: haga lo que le hace bien, porque cada caso es bien distinto. Hay que pensar en el otro. Como esas personas que eligen el invierno en esa ridícula competencia por determinar cuál estación del año es mejor, pero nunca piensan en el otro. A ver si una familia que vive en un campamento, sin acceso a luz y agua potable, elige también el invierno. A ver si en Timaukel o en Villa San Gregorio eligen el invierno.

Algunos se llenan de cosas materiales, se compran algo y lo presumen al resto, probablemente así se sienten bien, es cosa de ellos. A mí me da un poco de vergüenza, en verdad, ver un video de alguien mostrando que tiene un nuevo par de zapatillas o un celular más moderno. A otros les basta con menos, les basta con ponerse al lado de la estufa, como la perrita Blanca que le llega a salir humo en el video y con eso es suficiente.

Atrás de mi casa hay un potrero, el dueño tiene un caballo, el otro día el animal se puso a trotar libremente, corría despreocupado, era un bello espectáculo verlo. Por un momento sentí que le gustaba que yo lo observara porque me miraba de vez en cuando y se largaba a correr nuevamente. Sus pisadas retumbaban sobre la tierra, era un sonido que reconfortaba. Quise hacerle un video, pero no tenía el teléfono conmigo; en ese instante me lamenté, pero luego me di cuenta de que fue lo mejor; el caballo me regaló ese instante, a mí, sin la intervención de nada ni de nadie. Luego se fue, duró sólo algunos segundos, probablemente me lo hubiese perdido mirándolo a través de la pantalla del celular, o buscando la mejor configuración para grabarlo. La versión oficinista de mí que trabajaba en una sala de redacción también se lo hubiese perdido.

Probablemente, durante estos meses atesoremos otro tipo de cosas, aquellas más sencillas, probablemente el estar acechado por una amenaza tan grande nos entregue un poco de claridad, como les pasa a las personas que se acercan a un fin inminente. Le pasó a Pau Donés, de Jarabe de Palo, que ante la solicitud de una última entrevista, se excusó: “Ahora lo único que me apetece es sentarme aquí en mi casa y mirar por la ventana porque tengo unas vistas de puta madre”.

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